Las relaciones entre las familias del alumnado y el entorno educativo de éste han ido cambiando con el paso del tiempo. En este artículo, su autora analiza los cambios que se han producido a lo largo de la historia, así como posibles actuaciones que se pueden llevar a cabo por parte de la familia para mejorar la relación entre ésta y la escuela.

 Relación familia y escuela

María Dolores Montes González
Diplomada en Educación Infantil y licenciada en Psicopedagogía

lo   largo   de  la   historia  se  han  sucedido

importantes cambios en las relaciones entre familia y escuela. A raíz de la industrialización del siglo XVIII, la familia pierde la exclusividad como agente socializador y escuela, fábrica, empresa, comparten esa tarea. Así, las primeras escuelas mantenían una estrecha relación con la comunidad. Al comenzar el siglo XX las cosas empezaron a cambiar, surgiendo un nuevo patrón de relaciones entre familia y escuela, que comenzaron a distanciarse entre sí. La labor pedagógica se fue especializando y haciendo cada vez más compleja. Los docentes enseñaban materias y utilizaban métodos desconocidos para los padres. Los progenitores poco tenían que decir acerca de lo que ocurría en el interior de la escuela, no podían opinar puesto que el maestro o maestra era quien “disponía” en ese ámbito, y por ello era un ente superior en la educación de sus hijos e hijas, y ellos solamente podían hacer que sus hijos e hijas obedecieran a esta figura que representaba la sabiduría.
Así pues, las responsabilidades de la familia y de la escuela eran muy distintas. Se veía con buenos ojos que así fuera. Por un lado, los padres debían enseñar a sus hijos buenos modales, saber estar, respetar a los mayores, etc. y la responsabilidad de los maestros era la enseñanza de la lecto-escritura, cálculo, etc.
De este modo, padres y docentes comenzaron a perseguir objetivos independientes. Esta perspectiva ha sido sustituida en los últimos años por la idea de que escuela y familia tienen influencias superpuestas y responsabilidades compartidas, por lo que ambas instituciones deben cooperar en la educación de los niños y niñas. Padres y profesores tienen que redefinir sus relaciones sustituyendo el conflicto por la colaboración (Oliva y Palacios, 1998).
Esto nos lleva a pensar que las familias han cambiado y por tanto tienen otras perspectivas, necesidades, etc.  y al mismo tiempo, otro tipo de intereses y relaciones con la escuela. La vida de cada vez más niños y niñas se desenvuelve desde muy temprana edad en dos mundos, el familiar y el escolar, que inciden en el desarrollo de la personalidad, actuando simultáneamente en tiempo y a veces en espacio. Teniendo en cuenta estos indicios justificamos la necesidad de establecer un arraigo mayor en las relaciones familia-escuela.
Pulpillo (1982), establecía que en la relación familia-escuela se estaba produciendo una gran transformación. Si bien es cierto que ésta ha existido siempre, podemos entender que en un principio se limitaba a dejar en manos de las escuelas toda la responsabilidad de la educación de los niños y niñas, preocupándose  muy poco de la calidad y cómo era llevada a la práctica. Poco a poco las familias han cambiado sus acciones y han aumentado la preocupación por la educación de sus hijos e hijas, ya que ya no les resulta tan extraña la escuela en la que van a escolarizar a sus hijos e hijas, así como la instrucción y educación que van a recibir. Llegando incluso a asociarse  para formar parte de la vida de los centros, estar informados, exigir, etc. Antes de la LODE los padres sólo accedían a los colegios de forma individualizada y para tratar temas derivados de la educación individual de sus hijos; en cambio, hoy en día, los padres están en los centros en calidad de participantes en la gestión del centro y como representantes elegidos por una colectividad de padres (Pariente, 1989).

Ambientes familiar y escolar

Todos sabemos que durante los primeros años de vida, (junto a otras instancias socializadoras), la familia es el principal agente de socialización. Pero desde muy pequeños, los niños y niñas van a entrar en contacto con el ámbito escolar, si tenemos en cuenta esta realidad, seremos conscientes de la importancia que tiene tanto el  ambiente familiar  y  como  el  escolar, siendo los agentes que más van a influir en el desarrollo del individuo y en su proceso educativo. Es por esto, por lo que es fundamental la colaboración entre todos aquellos que intervienen en el desarrollo y formación del niño.
Entre la escuela y la familia debe existir una estrecha comunicación para lograr una visión globalizada y completa del alumno, eliminando en la medida de lo posible discrepancias y antagonismos a favor de la unificación de criterios de actuación y apoyo mutuo, ya que por derecho y por deber tienen fuertes competencias educativas y necesariamente han de estar coordinados, siendo objeto, meta y responsabilidad de ambas instituciones construir una intencionalidad educativa común (Martínez y Fuster, 1995; Fuente, 1996). Por ello, García (1984) considera que si un profesor quiere educar, no tiene más remedio que contar con los padres y colaborar con ellos, para que los esfuerzos que él realiza en las horas de clase tengan continuidad en el resto del día. No se puede olvidar que en el momento en que los profesores piensan que los únicos que necesitan ser educados en la escuela son los alumnos, y no incluyen a los padres y madres y a los mismos profesores y profesoras, en ese mismo momento el centro comienza a hacer agua.
A lo largo de la Educación conforme va aumentado la edad del educando se hace menos patente la figura familiar dentro de la escuela, instituto, etc. La Educación Infantil es la etapa  más importante en este sentido, puesto que es la primera separación entre las figuras familiares y los niños y niñas. De este modo, los maestros y maestras de esta etapa han de saber incrementar la participación familiar, de algún modo, en la vida escolar. Muchas de las actuaciones que a continuación enumeraré son necesarias, otras, tal vez son menos imperiosas para  los progenitores ya que si muchos de los padres y madres de nuestros alumnos y alumnas trabajan, podemos incluir a algún familiar. Algunas de ellas son:
Intercambio de información (en torno al niño, contacto informal a diario, etc.); entrevistas; cuestionarios; informes individuales; notas informativas; información de carácter general; reuniones; información escrita; implicación sistemática; implicación en tareas de apoyo; implicación en talleres; implicación esporádica; período de adaptación; presentación de actividades y profesiones; actividades extraescolares; fiestas; otras formas de implicación y, finalmente, evaluación.
De acuerdo con lo anterior y centrándonos en las intervenciones que los centros educativos de secundaria realizan dentro de sus propuestas de orientación y acción tutorial, vamos a destacar algunas actuaciones que desde dichas instituciones se deben realizar en relación con las familias: Asesorar a las familias individual y colectivamente; cooperar en la dinámica familia-tutor para mejorar la educación de sus hijos-alumnos; implicar a las familias, en la medida de lo posible, en actividades de refuerzo y apoyo a los aprendizajes de sus hijos; realizar entrevistas periódicas para el intercambio de información; implicar a las familias en el programa de Toma de Decisiones (Orientación Vocacional), y colaborar en Programas de Formación de Familias y Escuelas de Padres.
Por todo ello, la intervención del tutor sobre la familia no puede limitarse a la recogida de información. La familia no puede limitarse a ser una fuente de información sobre el alumno/a. Desde el sistema educativo hay que tener presenta a la familia como elemento de enorme relevancia durante todo el ciclo vital. Esto no equivale a decir que el papel de la familia sea exclusivo, sino que más bien la clave se encuentra en las interrelaciones entre los individuos, el sistema familiar, y el resto de sistemas de influencia.

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