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importantes
cambios en las relaciones entre familia y escuela. A
raíz de la industrialización del siglo XVIII, la familia pierde la exclusividad
como agente socializador y escuela, fábrica, empresa, comparten esa tarea.
Así, las primeras escuelas mantenían una estrecha relación con
la comunidad. Al comenzar el siglo XX las cosas empezaron a cambiar, surgiendo
un nuevo patrón de relaciones entre familia y escuela, que comenzaron
a distanciarse entre sí. La labor pedagógica se fue especializando y haciendo
cada vez más compleja. Los docentes enseñaban materias y utilizaban métodos
desconocidos para los padres. Los progenitores poco tenían que decir acerca
de lo que ocurría en el interior de la escuela, no podían opinar puesto
que el maestro o maestra era quien “disponía” en ese ámbito, y por ello
era un ente superior en la educación de sus hijos e hijas, y ellos solamente
podían hacer que sus hijos e hijas obedecieran a esta figura que representaba
la sabiduría.
Así pues, las responsabilidades de la familia y de la escuela eran muy
distintas. Se veía con buenos ojos que así fuera. Por un lado, los padres
debían enseñar a sus hijos buenos modales, saber estar, respetar a los
mayores, etc. y la responsabilidad de los maestros era la enseñanza de
la lecto-escritura, cálculo, etc.
De este modo, padres y docentes comenzaron a perseguir objetivos independientes.
Esta perspectiva ha sido sustituida en los últimos años por la idea de
que escuela y familia tienen influencias superpuestas y responsabilidades
compartidas, por lo que ambas instituciones deben cooperar en la educación
de los niños y niñas. Padres y profesores tienen que redefinir sus relaciones
sustituyendo el conflicto por la colaboración (Oliva y Palacios, 1998).
Esto nos lleva a pensar que las familias han cambiado y por tanto tienen
otras perspectivas, necesidades, etc. y al mismo tiempo, otro tipo de
intereses y relaciones con la escuela. La vida de cada vez más niños y
niñas se desenvuelve desde muy temprana edad en dos mundos, el familiar
y el escolar, que inciden en el desarrollo de la personalidad, actuando
simultáneamente en tiempo y a veces en espacio. Teniendo en cuenta estos
indicios justificamos la necesidad de establecer un arraigo mayor en las
relaciones familia-escuela.
Pulpillo (1982), establecía que en la relación familia-escuela se estaba
produciendo una gran transformación. Si bien es cierto que ésta ha existido
siempre, podemos entender que en un principio se limitaba a dejar en manos
de las escuelas toda la responsabilidad de la educación de los niños y
niñas, preocupándose muy poco de la calidad y cómo era llevada a la práctica.
Poco a poco las familias han cambiado sus acciones y han aumentado la
preocupación por la educación de sus hijos e hijas, ya que ya no les resulta
tan extraña la escuela en la que van a escolarizar a sus hijos e hijas,
así como la instrucción y educación que van a recibir. Llegando incluso
a asociarse para formar parte de la vida de los centros, estar informados,
exigir, etc. Antes de la LODE los padres sólo accedían a los colegios
de forma individualizada y para tratar temas derivados de la educación
individual de sus hijos; en cambio, hoy en día, los padres están en los
centros en calidad de participantes en la gestión del centro y como representantes
elegidos por una colectividad de padres (Pariente, 1989).
Ambientes familiar y escolar
Todos
sabemos que durante los primeros años de vida, (junto a otras instancias
socializadoras), la familia es el principal agente de socialización. Pero
desde muy pequeños, los niños y niñas van a entrar en contacto con el
ámbito escolar, si tenemos en cuenta esta realidad, seremos conscientes
de la importancia que tiene tanto el ambiente familiar y como el
escolar, siendo los agentes que más van a influir en el desarrollo del
individuo y en su proceso educativo. Es por esto, por lo que es fundamental
la colaboración entre todos aquellos que intervienen en el desarrollo
y formación del niño.
Entre la escuela y la familia debe existir una estrecha comunicación para
lograr una visión globalizada y completa del alumno, eliminando en la
medida de lo posible discrepancias y antagonismos a favor de la unificación
de criterios de actuación y apoyo mutuo, ya que por derecho y por deber
tienen fuertes competencias educativas y necesariamente han de estar coordinados,
siendo objeto, meta y responsabilidad de ambas instituciones construir
una intencionalidad educativa común (Martínez y Fuster, 1995; Fuente,
1996). Por ello, García (1984) considera que si un profesor quiere educar,
no tiene más remedio que contar con los padres y colaborar con ellos,
para que los esfuerzos que él realiza en las horas de clase tengan continuidad
en el resto del día. No se puede olvidar que en el momento en que los
profesores piensan que los únicos que necesitan ser educados en la escuela
son los alumnos, y no incluyen a los padres y madres y a los mismos profesores
y profesoras, en ese mismo momento el centro comienza a hacer agua.
A lo largo de la Educación conforme va aumentado la edad del educando
se hace menos patente la figura familiar dentro de la escuela, instituto,
etc. La Educación Infantil es la etapa más importante en este sentido,
puesto que es la primera separación entre las figuras familiares y los
niños y niñas. De este modo, los maestros y maestras de esta etapa han
de saber incrementar la participación familiar, de algún modo, en la vida
escolar. Muchas de las actuaciones que a continuación enumeraré son necesarias,
otras, tal vez son menos imperiosas para los progenitores ya que si muchos
de los padres y madres de nuestros alumnos y alumnas trabajan, podemos
incluir a algún familiar. Algunas de ellas son:
Intercambio
de información (en torno al niño, contacto informal a diario, etc.); entrevistas;
cuestionarios; informes individuales; notas informativas; información
de carácter general; reuniones; información escrita; implicación sistemática;
implicación en tareas de apoyo; implicación en talleres; implicación esporádica;
período de adaptación; presentación de actividades y profesiones; actividades
extraescolares; fiestas; otras formas de implicación y, finalmente, evaluación.
De acuerdo con lo anterior
y centrándonos en las intervenciones que los centros educativos de secundaria
realizan dentro de sus propuestas de orientación y acción tutorial, vamos
a destacar algunas actuaciones que desde dichas instituciones se deben
realizar en relación con las familias: Asesorar a las familias individual
y colectivamente; cooperar en la dinámica familia-tutor para mejorar la
educación de sus hijos-alumnos; implicar a las familias, en la medida
de lo posible, en actividades de refuerzo y apoyo a los aprendizajes de
sus hijos; realizar entrevistas periódicas para el intercambio de información;
implicar a las familias en el programa de Toma de Decisiones (Orientación
Vocacional), y colaborar en Programas de Formación de Familias y Escuelas
de Padres.
Por todo ello, la intervención del tutor sobre la familia no puede limitarse
a la recogida de información. La familia no puede limitarse a ser una
fuente de información sobre el alumno/a. Desde el sistema educativo hay
que tener presenta a la familia como elemento de enorme relevancia durante
todo el ciclo vital. Esto no equivale a decir que el papel de la familia
sea exclusivo, sino que más bien la clave se encuentra en las interrelaciones
entre los individuos, el sistema familiar, y el resto de sistemas de influencia.
lolesmontes@hotmail.com
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