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orientar
a los alumnos -y con ellos a los profesores- sobre cómo realizar y presentar
trabajos de calidad. En cuanto obra resultante del esfuerzo y de la actividad
del estudiante, el trabajo escolar constituye una de las vías más apropiadas
para profundizar en un tema y avanzar en el aprendizaje. No es menos cierto,
sin embargo, que ciertos abusos, ya de profesores que sobrecargan irreflexivamente
a sus alumnos con todo tipo de trabajos, ya de estudiantes que practican
sistemáticamente el plagio, han levantado la desconfianza en cierto sector
docente. Estos excesos nos obligan a consignar desde el principio que
si se quiere que los trabajos sean formativos han de apoyarse en la racionalidad
pedagógica controlable.
Aunque siempre
ha habido picaresca estudiantil, es de sobra conocido que en la escuela
actual las “trampas” se refinan al compás de la tecnificación. En un tiempo
en el que, por ejemplo, resulta fácil presentar trabajos localizados en
la red, con lo que el esfuerzo del alumnos es escaso cuando no inexistente,
ha de enfatizarse enfatizar la dignidad del trabajo académico y, por ello,
ofrecemos algunas vías para mejorar su realización.
Sin soslayar
el protagonismo de los alumnos, es bien cierto que a los profesores corresponde
establecer las características generales del trabajo que se ha de realizar,
lo que supone acotar el ámbito o área, fijar los objetivos que se quieren
alcanzar, así como tener presentes las condiciones de los escolares, por
ejemplo, su edad, nivel, situación, intereses, medios con que cuentan,
etc.
Tras la consideración
de los aspectos señalados, es oportuno que se descubra en el trabajo,
en mayor o menor cuantía, la atención a varios campos de la educación:
cognitivo, afectivo, moral y social. En concreto, se trata de que los
docentes identifiquen:
- Los
contenidos y aptitudes que se van a adquirir o fortalecer, en gran medida
condicionados por la asignatura concreta.
- Los
procesos afectivos que se van a desarrollar: motivación, sentimientos
positivos entre alumnos, empatía, etc.
- Los
valores que se pretende promover: esfuerzo, responsabilidad, etc.
- Los
logros interpersonales que se quieren conseguir: cooperación, convivencia,
etc.
Inspirados
por las lúcidas ideas de García Hoz (1988, 218-219) podemos señalar que
para que un trabajo bien realizado alcance todo su valor formativo debe
reunir las siguientes características:
- Asequible
y, al mismo tiempo, dificultoso para los alumnos que lo realizan.
- Suficientemente
complejo para que favorezca la adquisición de contenidos, el desarrollo
o afianzamiento de aptitudes, así como el fomento de valores.
-
Limitado en su amplitud para que pueda programarse y concentrarse en él
la atención necesaria.
-Evaluable
para que contribuya al proceso perfectivo del educando.
Planteamiento
general sobre los trabajos escolares
Como
cabe suponer, no hay un modelo único de trabajo académico ni una forma
exclusiva de desarrollarlo. La realización de los trabajos escolares se
ve condicionada por las pautas del profesor, el tema, medios disponibles,
características de los alumnos, etc. Con todo, suele haber un ancho margen
para su elaboración.
Si bien el
tema del trabajo suele proponerlo el profesor, es bastante frecuente que
cada alumno o grupo enfoque su realización de modo singular, con amplio
espacio para el despliegue de la autonomía y la creatividad. Conviene
señalar desde el principio que cuando es un equipo el que se responsabiliza
de un trabajo todos sus miembros deben participar activamente. La injustificada
falta de implicación de alguno de los componentes del grupo supone desconsideración
hacia los compañeros y atenta contra el carácter solidario del equipo,
al tiempo que se fuerza a los demás componentes a asumir una carga adicional
para evitar que el proyecto se frustre y fracase.
Tras las orientaciones
básicas proporcionadas por el profesor, sobre todo en lo que se refiere
al tema, aspectos a tratar, bibliografía básica, período para la elaboración
y fecha de entrega, etc., conviene que el alumno o grupo realice la elección
concreta del trabajo. Siempre que sea posible hay que optar por un tema
que resulte atrayente y sobre el que se disponga de documentación o material.
En la medida en que se cumplan estas condiciones resultará más fácil y
gratificante.
Independientemente
de la modalidad concreta de trabajo escrito que se realice, es muy importante
la planificación y la redacción. La planificación supone establecer un
calendario realista con objeto de avanzar en el trabajo sin que se eche
el tiempo encima. En cuanto a la redacción, es una tarea que exige organizar
y estructurar la información por escrito de manera que el lector, profesor
u otra persona, acceda a los contenidos.
La redacción
mejora con la práctica y sus beneficios se dejan sentir en el plano intelectual,
ya que se ejercitan distintas funciones psíquicas y se ordenan las ideas
sobre un tema concreto. Al escribir se transmiten opiniones, sentimientos,
deseos, fantasías, hechos, etc., que facilitan la comunicación. Por esta
vía, además, se aclaran muchos interrogantes sobre el alumno, que al profesor
dotado de suficiente tacto pedagógico pueden servirle para orientar al
educando.
Desde una perspectiva
práctica, en el ámbito académico, los profesores valoran mucho, consciente
o inconscientemente, cómo se expresan sus alumnos. A veces incluso la
redacción lleva a compensar cierta insuficiencia en los contenidos. Tanta
es la trascendencia de esta actividad que es aconsejable realizarla desde
la infancia con evaluación y asesoramiento de los maestros.
A continuación
se ofrecen algunas recomendaciones para realizar trabajos escolares:
- Es
fundamental que el alumno se ciña a la solicitud del profesor, por ejemplo,
estudio de una cuestión, valoración de un tema, etc. Algunos de los escollos
que surgen al realizar un trabajo tienen que ver con la falta de correspondencia
entre lo que se pide y lo que se proyecta.
- Es
muy recomendable contar con un guión, pues su brevedad y ordenación proporcionan
seguridad y favorecen la óptima realización del trabajo.
-La
redacción sale beneficiada cuando se realiza un borrador. Merced a este
escrito provisional se hacen modificaciones que pueden mejorar mucho el
resultado. Este proceso de revisión y cambio a veces descompone sustancialmente
el trabajo, pero en la medida en que sea fruto de la reflexión es positivo.
-
El trabajo que se presente ha de contar con una estructura lógica, en
la que se distingan sus partes interrelacionadas. Las ideas que aparezcan
en el texto deben expresarse con claridad, con sintaxis y ortografía correctas,
puntuación apropiada, lenguaje formal, etc. Cabe la posibilidad de apoyar
algunos argumentos con datos y citas de autoridad, incluir ejemplos, etc.
-La
presentación del trabajo debe ser sencilla, pero pulcra. Hay que cuidar
cuanto tiene que ver con los márgenes, espacios, subdivisiones, numeración
de hojas, bibliografía, notas, cuadros o figuras, tamaño y tipo de letra,
etc. Para evitar errores indeseados el alumno debe revisar exhaustivamente
el trabajo antes de entregarlo.
-Las
fuentes consultadas para extraer material deben ser apropiadas. El profesor
puede recomendar algunos materiales, pero si no es así se pueden encontrar
referencias en los programas de las asignaturas, en los libros, etc. También
cabe inspirarse en otras lecturas, conferencias, enciclopedias, periódicos,
conversaciones con compañeros, entrevistas con expertos, internet, etc.
Fases
en la elaboración de un trabajo académico
Obviamente,
los trabajos pueden tener formas y tratar contenidos muy variados. En
ocasiones los profesores encargan, para que se realicen individualmente
o en grupo, monografías o estudios sobre determinadas disciplinas o asuntos
concretos, y otras veces solicitan ensayos sobre obras ajenas, cuando
no investigaciones de diversa índole.
Es imposible
que nos centremos en todos los tipos de trabajo, de manera que nos ocuparemos
de manera general de la monografía, si bien muchas de las orientaciones
que ofrezcamos se extenderán a otras modalidades. De acuerdo con las recomendaciones
de Prellezo y García (2003, 61-116), las fases de un trabajo escrito metodológicamente
correcto son:
1.-
Elección del tema.- Es fruto de la lectura, del diálogo con expertos,
de la reflexión, etc. El tema debe ser relevante, original, interesante
y factible. Si el profesor no lo fija, el estudiante deberá elegirlo en
función de sus intereses, conocimientos, programas de las asignaturas,
etc.
2.-
Acudir a fuentes bibliográficas.- La documentación se obtiene a partir
de bibliotecas, archivos, internet, etc. La bibliografía dependerá de
la consulta de diccionarios y enciclopedias, libros de texto y obras generales,
revistas especializadas, etc.
3.- Establecimiento
del plan de trabajo.- Este plan ha de ser flexible, provisional y mejorable.
Constituye una guía útil en las diversas etapas del desarrollo de la monografía.
4.-
Recogida de la documentación.- Esta etapa, muy relacionada con la búsqueda
bibliográfica inicial, exige examinar, seleccionar y guardar material
de acuerdo con criterios apropiados, para asegurar que las informaciones
recogidas sean pertinentes.
5.-
Organización del material.- Cuando se dispone de abundante material procede
ordenarlo para facilitar su localización y aprovechamiento. Hay diversas
modalidades de clasificación inicial del material: orden alfabético de
fichas sobre temas o autores, orden cronológico cuando se trata de trabajos
sobre temas históricos, orden por materias o temas, orden sistemático
en función del propio plan de trabajo, etc.
A partir del
conjunto de materiales reunidos y ordenados se pueden realizar retoques
en el trabajo, mediante la eliminación de apartados no pertinentes, una
redistribución de los demás y la incorporación de otros.
6.-
Elaboración de la documentación.- Después de catalogar y ordenar los materiales
recogidos se necesita elaborarlos con objeto de alcanzar las metas establecidas.
En esta etapa es fundamental pensar en el destinatario (profesor, lector)
del trabajo, lo que supone construir un discurso esmerado, claro y concordante
con el ámbito disciplinar en que nos hallemos. El trabajo, además, ha
de tener sentido unitario.
7.-
Redacción del trabajo.- Se hace una redacción general y provisional antes
de la definitiva. En esta primera redacción ya han de figurar las diversas
partes constitutivas del trabajo. Una monografía está integrada, al menos,
por las siguientes partes articuladas lógicamente:
-Título.-
Aparece destacado en la cubierta. El título debe ser sugerente, breve,
conciso, original y ajustado a los contenidos abordados. Puede ir acompañado
de un subtítulo. Es oportuno que en la portada o página inicial aparezcan
los siguientes datos: nombres y apellidos de los autores, nombre y apellidos
del profesor, nombre del centro y de la asignatura, y curso académico.
-Índice.-
Es una lista ordenada de los capítulos y apartados del trabajo, con indicación
de la página.
-Introducción.-
Permite la toma de contacto con el tema que se desarrolla. Ha de contener
los elementos necesarios para una cabal comprensión de la monografía.
Incluye una presentación y una justificación del tema, una valoración
resumida del estado del asunto (estudios, interés, limitaciones...), indicación
de objetivos y del método seguido, panorámica de la organización del trabajo,
etc.
-Cuerpo
del trabajo.- Es el tronco del trabajo y necesita un cultivo especial.
Debe ser comprensible y preciso. Su organización en capítulos integrados
por epígrafes y apartados ha de establecerse de modo lógico. En el cuerpo
de la monografía se pueden combinar las informaciones rigurosas y las
aportaciones de los autores.
No es extraño
que el trabajo se sirva de notas, a menudo situadas a pie de página, para
comentar, explicar o llamar la atención sobre algo.
-Conclusiones.-
Se localizan al final de trabajo, como desembocadura natural del discurrir
textual. Aunque constituyen una recapitulación, esto es, un recuerdo sumario
y ordenado de lo tratado, conviene que cumplan una función prospectiva
en lo que se refiere a apertura de nuevas rutas de trabajo, identificación
de necesidades, etc.
-Bibliografía.-
Es la relación de obras que se han consultado y que generalmente aparecen
citadas en el texto. La presentación de títulos manejados requiere precisión,
exhaustividad y orden, por ejemplo, alfabético. Así como no se deben citar
autores en el texto que no se hayan consultado, salvo que se explicite
la fuente de la que tomamos alguna obra no utilizada -por ejemplo, Jiménez
(2004) citado por Martínez (2009)-, tampoco se debe “inflar” la bibliografía
final con títulos que no se hayan manejado.
Según los casos,
también pueden incluirse anexos, relación de notas, presentación, dedicatoria,
etc. Sea como fuere, viene bien recordar que tras la primera redacción
general se ha de pasar a la redacción definitiva, que, además de exigencias
metodológicas, ha de cumplir determinados parámetros de composición: coherencia,
articulación, autonomía e integridad.
Referencias
bibliográficas
-
GARCÍA HOZ, V. (1988): La práctica de la educación personalizada,
Madrid, Rialp.
-
MARTÍNEZ-OTERO, V. (2007): La inteligencia afectiva. Teoría, práctica
y programa, Madrid, CCS.
-
PRELLEZO, J. M. y GARCÍA, J. M. (2003): Investigar. Metodología y técnicas
del trabajo científico, Madrid, CCS.
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