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trabajo
siquiera sea porque el viejo planteamiento de que se ha de educar para
la vida incluye la “vida laboral”. Admitida esta afirmación se precisa
reparar en que el sentido del trabajo ha variado sustancialmente a lo
largo del tiempo. En la historia de la civilización occidental el trabajo
se ha asociado al esfuerzo físico y aun al sufrimiento. Esta fatigosa
fatalidad ya se descubre en la sentencia bíblica: “Ganarás el pan con
el sudor de tu frente”. Por si fuera poco, la palabra ‘trabajo’ proviene
del término latino tripalium, especie de cepo formado por tres
palos con el que se castigaba a los esclavos que se negaban a trabajar
o no rendían lo esperado.
Es curioso
que aunque a partir del siglo XVI el trabajo comienza a dignificarse en
el mundo occidental, en España este proceso de valoración se resistió.
No era extraño que las clases dominantes exhibiesen respecto al trabajo,
sobre todo el manual, una actitud de menosprecio. La idea de que el trabajo
dignifica era propia de la ética protestante, de la que el español procuraba
mantenerse alejado. De hecho, los oficios manuales eran realizados por
los árabes y las tareas más lucrativas por los judíos, siquiera fuesen
conversos, con lo que los cristianos podían permanecer desocupados o entregarse
a actividades militares o religiosas, circunstancia que era reforzada
por el significativo sector de la población española que recibía apoyo
económico de las Indias. La generosidad del español acrecentada por estos
bienes procedentes del nuevo continente atrajo a numerosos extranjeros,
en general más diligentes que los nacionales. Por otra parte, abundaban
los holgazanes, mendigos, criados, pícaros y bandidos. A la sazón, al
igual que sucede en la actualidad, se vivía mucho en el exterior, en la
calle, en la plaza, aprovechando la fiesta o cualquier encuentro casual.
La "benignidad" del clima explica en buena parte esta afición
del español por la vida al aire libre, presidida por la conversación enriquecedora
y, cómo no, también por el chismorreo.
A pesar de
que el trabajo se sigue asociando en determinadas ocupaciones al dolor,
tras muchos vaivenes y escollos se ha despojado en buena medida de su
carga negativa y en la actualidad lo que más lastra y lacera es no trabajar.
El desempleo, ya sea porque no se encuentra un primer trabajo, ya porque
se ha perdido el que se tenía, resulta mortificante.
Hacer
y obrar
La
noción de trabajo puede analizarse desde una vertiente interna y externa.
El aspecto interno o subjetivo se refiere a los pensamientos y sentimientos
que alberga el trabajador. La actividad laboral puede vivirse con placer
o con disgusto. Aunque no entramos a valorar las causas de esta variabilidad
procede señalar que la mayor o menor satisfacción depende fundamentalmente
de la personalidad del trabajador, del tipo de trabajo y de las condiciones
en que se realiza.
En el aspecto
externo, el trabajo es una actividad que produce un resultado, una modificación
visible de la naturaleza. Con arreglo a esta dimensión objetiva la realidad
material experimenta una transformación. El trabajo, corporal o intelectual,
genera un producto.
Al acercarnos
al concepto actual de trabajo procede integrar las dos vertientes, de
modo que se vea como actividad perfectiva y productiva. La transformación
positiva de la realidad que todo trabajo debería comportar ha de revertir
igualmente en el desarrollo del sujeto que lo realiza. En el fondo, se
trata de armonizar los conceptos aristotélicos de praxis y poiesis, también
advertidos en latín mediante los respectivos verbos agere y facere. La
praxis es acción inmanente, posee valor en sí misma, mientras que la poiesis
es acción transeúnte, por cuanto alcanza sentido en función del resultado
conseguido. Ejemplo de obrar/actuar práxico lo hallamos en tocar un instrumento,
leer, conversar, etc., y de hacer poiético en la construcción de un edificio,
el montaje de un armario, etc. Aun reconociendo cierta independencia,
praxis y poiesis son indisociables, y cabe demandar en mayor o menor cuantía
en el trabajo humano la dimensión ética (perfectiva/práxica) y la dimensión
técnica (productiva/poiética). No se nos escapa que el trabajo se encamina
sobre todo a alcanzar resultados o productos, pero eso no obsta para que
también se cuide la vertiente ética y social.
Hoy, según
recoge nuestra Constitución, el trabajo es tanto un deber como un derecho
que se extiende a la libre elección de profesión, a la promoción
a través del mismo y a una remuneración suficiente para satisfacer las
necesidades personales y familiares, sin que en ningún caso pueda discriminarse
por razón de sexo. Pese a esta bella declaración por desgracia aún estamos
lejos de su plena conquista.
Mas si el trabajo, en cuanto bien escaso, goza ahora de general reconocimiento,
no se puede decir lo mismo de todos los trabajos. En el dilatado
y abigarrado mundo laboral hay un significativo número de personas expuestas
a problemas de diversa índole. A este respecto es cada vez mayor el interés
que despierta cuanto tiene que ver con la psicopatología del trabajo,
disciplina que se ocupa de estudiar los trastornos psicológicos derivados
de la actividad laboral. La imposibilidad de analizar las circunstancias
concretas de cada ocupación y la constatación de que un número significativo
de problemas mentales se fraguan en el ámbito laboral nos lleva a demandar
genéricamente y de acuerdo al enfoque pedagógico que nos alumbra la dignificación
del trabajo. Un proceso tal debe ser sensible a las orientaciones educativas,
muy beneficiosas para la salud en la triple vertiente biológica, psicológica
y social. Cabe pensar, por ejemplo, en el positivo impacto que la información/formación
en el mundo del trabajo tiene en la prevención de adicciones y otros trastornos
(estrés, depresión, etc.), al igual que en el enriquecimiento del clima
psicosocial de la empresa, sin obviar los buenos resultados económicos
acompañantes. Por todo ello, se están potenciando en nuestros días, aunque
todavía de forma insuficiente, los programas de formación centrados en
aspectos diversos según las necesidades de la organización.
¿Recursos
humanos o seres humanos?
En
los últimos siglos han mejorado considerablemente en nuestra sociedades
las condiciones laborales, al tiempo que ha descendido, por ejemplo, el
número de horas de trabajo en cómputo anual. Ahora bien, consolarse porque
en materia de trabajo cualquier tiempo pasado fue peor o por la pésima
situación laboral que en la actualidad atraviesan algunos países equivale
a menudo a despreciar el progreso y a cruzarse de brazos. Hay todavía
trabajos alienantes y, lo que quizá sea más dramático, hay muchas personas
desempleadas. Se requiere, en este sentido, una mayor sensibilidad social
y el concurso de todos (Administración, empresarios, trabajadores, etc.)
para dar un renovado impulso al proceso de humanización laboral, en el
que se ha de incluir la creación de empleo digno. Para que esto sea realidad,
las personas tienen que ser consideradas como lo que son y no meros “recursos
humanos”, lo que de hecho constituye, por eufemística que sea la expresión,
una degradación de su naturaleza. Obliga, por tanto, este planteamiento
a emprender sin dilación la tarea de establecer nítidamente la diferencia
formal y esencial entre “persona” y “elemento/herramienta”.
La tra(d)ición
instrumentalizadora impera todavía en un significativo sector del diverso/disperso
mundo laboral tal como se advierte en locuciones como la citada y, lo
que es mucho peor, en ciertas formas de deshumanización, independientemente
del escalafón. Para no sucumbir a un maniqueísmo tan inocente como nocivo
debe precisarse que empresarios y directivos no se libran de esta perniciosa
corriente, según queda confirmado por el hecho de que en ocasiones se
convierten en el blanco de todo tipo de acciones fraudulentas y reprobables,
pero lo cierto es que cuanto más modesta es la posición ocupada por la
persona más vulnerable se torna al trance utilitarista.
El hecho de
que haya actividades especialmente desagradables o peligrosas, acaso se
pueda compensar con una reducción del número de horas de trabajo y, cómo
no, con un plus salarial que, si no rebaja la aspereza de la tarea, al
menos la haga más llevadera.
La
educación en el mundo del trabajo
El
cambio de rumbo laboral que se propugna, lejos de recortar beneficios
económicos, los acrecienta. Su meta es mejorar el complejo mundo del trabajo.
Ha de recordarse que las organizaciones más florecientes prestan atención
tanto a la vertiente ética como a la técnica. Con esta bandera, poco izada
aún en entornos empresariales, se alcanza un decisivo avance material
y social.
El impulso
de la posición humanista encuentra en la pedagogía una buena plataforma,
toda vez que considerable número de problemas detectados en ámbitos laborales
tienen su origen en una deficiente formación profesional o personal.
Si bien lo
idóneo es que se acredite preparación inicial suficiente llamada a mejorarse
permanentemente, cuando se opta, por la razón que fuere, por un programa
formativo en el entorno laboral, lo apropiado es que sea flexible, abierto
y centrado en la persona, lo que en modo alguno impide que la empresa
resulte beneficiada. La labor pedagógica así concebida se despliega, grosso
modo, en varias vertientes. A sabiendas de que el foco de atención se
sitúa en el trabajador, en cuanto ser humano, se le brinda instrucción
y claves de desarrollo y afianzamiento aptitudinal. Se cultiva también
su dimensión cordial y relacional, de manera que las interacciones sociales
en el seno de la empresa sean satisfactorias. Por supuesto, es preciso
insistir en la importancia de la ética, sin la cual no hay verdadera formación.
Finalmente,
la constatación de que los diversos factores organizacionales e individuales
se influyen recíprocamente ha de movilizar a la pedagogía en la doble
dirección, lo que a buen seguro favorecerá la transformación positiva
del mundo laboral.
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