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hasta
hace poco, un firme detractor de la Educación para la Ciudadanía concebida
como una asignatura. Esto quiere decir que, aún considerando sus objetivos
y contenidos muy apropiados, pensaba que su constitución en asignatura
restaba eficacia, en lugar de sumarla, en lo referido a su asimilación
por el alumnado.
La formación
de ciudadanos, buenos ciudadanos, no es una cuestión de conocimientos
evaluables por medio de los métodos convencionales, ni la mejor forma
para hacerlos consistentes estriba en plasmarlos en libros de texto,
escritos, sin duda, por excelentes profesionales de los temas sobre los
que se trata.
El asunto es
mucho más sencillo... o más complejo, según se mire. Se trata -nada menos-
que de fomentar en nuestros jóvenes los fundamentos, y con ellos caminar
hacia la formación de los hábitos, que hacen de la convivencia democrática
la columna vertebral de nuestra manera de entender la armonía social.
Formar en el respeto a los demás cómo única manera de asegurar la pervivencia
de unas formas duraderas de convivir (vivir-con).
Enseñar a nuestros
alumnos algo que, desgraciadamente, hace demasiada falta en la sociedad
adulta actual en España: que la discrepancia de opiniones, respecto a
las nuestras claro está, no es un síntoma inequívoco de feroz herejía.
Aceptar con normalidad que la diferencia forma parte del normal devenir
de las cosas.
Puede haber
gente de otra cultura, nación, etnia, orientación sexual, idiosincrasia,
religión... y esto, lejos de requerir un anatema a la medida, necesita
de un esfuerzo para entender puntos de vista diferentes, ponernos en
el lugar de otros para, en lugar de rebatir o situarnos a la defensiva,
aprender de él todo aquello que pueda significar un enriquecimiento para
nuestros propios horizontes.
Tolerancia
Esta
postura se llama comúnmente “tolerancia”. A mí no me gusta demasiado esta
denominación pues entiendo que no es de tolerar lo diferente de lo que
se trata, sino de hacer un hueco en nuestras mentes y en nuestros corazones
para admitir -con un convencimiento que proviene de un buen entendimiento-
que hay otras formas de concebir la vida y que pueden ser tan buenas como
la nuestra o mejores.
Solamente en
una conclusión de este tipo podemos sentar las bases para alcanzar un
entendimiento social duradero, fundamentado sobre una extensa base convivencial.
Porque solamente de la buena convivencia, que viene de la sincera aceptación
de todo lo que es distinto, puede venir el respeto perdurable que todos
necesitamos para crecer libremente en un entorno social heterogéneo. Sin
tensiones, o con las menos posibles.
Solamente de
esta forma, educando para la convivencia ciudadana, podremos evitar que
las generaciones futuras caigan en maniqueísmos propiciados, a veces,
por los que consideran que fuera de lo que ellos piensan no hay salvación.
Demasiadas personas, hoy, son vulnerables aún a consignas de esta naturaleza.
Por eso es
imprescindible una educación ciudadana. Una educación para la convivencia
y el respeto. Algunos pensamos que quizá la asignatura no era la mejor
forma. Que la convivencia no se enseña: se respira. Se asimila a través
de lo que se ve. ¡Qué peligro en nuestra sociedad actual! Pero lo cierto
es que la inculcación de valores en la juventud es ya inaplazable. Nos
jugamos demasiado para el futuro.
Cómo tantas
veces la urgencia también la aconsejan los adversarios de esta asignatura.
Personas que por su relieve institucional deberían estar por sentar las
bases para una convivencia duradera se refugian en sus propias creencias
-atávicas a veces- para denostar el derecho-y el deber-que tiene el Estado
para propiciar la Educación en los principios constitucionales más evidentes.
Estas personas
e instituciones -pocas afortunadamente- utilizan su influencia en algunos
sectores de la sociedad para transmitir que fuera de sus creencias se
cae en el libertinaje y reivindican, con demasiada frecuencia, la vuelta
al triste monopolio de la verdad que ostentaron hasta hace décadas. Olvidan
que, al contrario que ellos, la Sociedad Civil defiende el derecho a optar
y que a nadie se le va a imponer nada contrario a sus creencias. Se trata
de ser libres para optar. Nada más. Tampoco nada menos.
La libertad
-esa gran ncomprendida- reivindica que esos intolerantes sean tolerados,
incluso aceptados, pero exige que el derecho a opinar no se confunda -cómo
cuarenta años atrás- con el privilegio de imponer.
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