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¡ Este niño no para !

Una de las conductas infantiles que resulta más desconcertante para los profesores es la hiperactividad. Traviesos o inquietos son definiciones demasiado simples para calificar los comportamientos de estos alumnos. La falta de información y de apoyo por parte de los padres constituyen los principales obstáculos, que encuentra el profesor para la atención de estos niños.
Según he leído en la prensa recientemente, psiquiatras y psicólogos se muestran partidarios de establecer la más estrecha colaboración entre especialistas, profesores y padres para abordar este problema, que califican de trastorno mental.
Poco sabemos de la hiperactividad, pero nuestra experiencia docente muestra que se produce más en niños que en niñas. No obstante, los últimos estudios al respecto constatan que influyen factores biológicos, psicológicos y sociales y que para su tratamiento es preciso combinar la modificación de la conducta y los fármacos.
Para facilitar su integración en el aula el profesor se ocupará de aumentar la autoestima del alumno, convencerle de que no es un niño vago y, además, que debe aceptar determinadas reglas. Al parecer, es importante no recriminarle, sino indicarle una serie de pautas positivas, como que muestre sus habilidades ante sus compañeros y proporcionarle un ambiente relajado en clase.
La familia también debe asumir su parcela de responsabilidad ante este problema de comportamiento y fomentar la comunicación, razonando las órdenes con el niño. Por último, si el especialista lo considera necesario debe prescribir unos medicamentos para mejorar la atención y la memoria del alumno.

Manuel Méndez
Alcalá de Henares (Madrid)

 
   
 
   

Las preocupaciones de un profesor

Nuevamente la educación ha merecido titulares en los periódicos, aunque los docentes lamentemos que se nos presente como pobres gentes aquejadas de enfermedades mentales y sometidas a las amenazas de escolares mafiosos. No creo que la situación, salvo casos excepcionales, resulte tan alarmante. De hecho el problema disciplinario es considerado el cuarto en importancia entre el profesorado, no el primero. Por delante están preocupaciones del tipo: cómo motivar al alumnado (falta de interés), qué hacer para implicar a los padres en la educación de sus hijos (escasa colaboración de las familias) y cómo atender a la diversidad (nuevas condiciones sociales.)
El reto de esta sociedad es dotar a la escuela del dinero y de los medios suficientes para atender al alumnado como se merece. No es suficiente haber conseguido la escolarización obligatoria hasta los 16 años, ahora hay que conseguir una educación de calidad. Para ello hace falta una mayor dotación presupuestaria, que permita aumentar las plantillas, dotar a los centros de medios, y, como no, retribuir mejor al personal. Lo que no hace falta para nada son asesores ministeriales inútiles, comisiones tragapresupuestos, inspecciones puramente burocráticas, charlatanería de despacho, ni promesas ministeriales o de las distintas consejerías incumplidas.
Quirón, personaje de Baltasar Gracián, decía que los que menos saben tratan de enseñar a los otros. Y en educación, todo el mundo cree poder enseñar a los profesores, no sólo la pedagogía más adecuada, sino también los contenidos, los procedimientos y las actitudes. En cuanto se detecta algún problema en la sociedad: eso hay que enseñarlo en la escuela; a desayunar todos los días, a dormir el tiempo necesario, a tener higiene, a seguir la dieta meditarránea, a respetar a los demás, a hacer deporte, a ir al teatro, al cine, a adquirir el hábito de la lectura, a escuchar música, a visitar los museos, a cantar, a bailar, a tocar la flauta, a ponerse o poner un preservativo, a hacer el amor, a no hacer la guerra, a saludar, a despedirse, a ver la televisión con moderación, a estudiar, a utilizar bien el tiempo libre, a respetar a los ancianos, a ser tolerantes, a hablar en público, a callar en privado....
Creo que ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio. Desde siempre, los profesores no se han limitado a enseñar historia, literatura o matemáticas, sino que siempre han educado en valores. Pero lo que no puede hacer es sustituir el profesor a la madre, al padre, a los abuelos, y a toda la sociedad. Cada uno debe asumir su responsabilidad y dejar a los docentes un poco tranquilos. Lo único que necesitamos es dedicar nuestro tiempo a los alumnos y a sus trabajos, no a la infinidad de cabreantes papeles inútiles ni a las presiones de una sociedad que nos pide poco menos que votos de pobreza, castidad y obediencia. La enseñanza es una vocación, pero no un sacerdocio. Para eso está la Iglesia, dentro de la cual, por cierto, sí hay gran cantidad de hombres y de mujeres en cuya vida se unen vocación y dedicación total al alumnado.

César López Llera

 

 
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