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dominante en
el siglo XIX y en parte del XX, en su tendencia reduccionista, sólo
vio en el hombre un puro animal más evolucionado. Todo lo específicamente
humano sería una pura manifestación de una conducta biológica
puramente animal, analizable por el simple mecanismo del reflejo condicionado.
Esta concepción se amplió con el materialismo dialéctico,
que sólo veía la esencia del hombre en sus relaciones de
producción, teoría defendida hoy no tanto por los marxistas
cuanto por los corifeos de la globalización, para quienes el mercado
puro y duro dicta con su mano de hierro el ser y el existir del hombre
en el mundo.
Es esto precisamente
lo que ha entrado en crisis en la postmodernidad, que con su pensamiento
débil y fragmentario busca una salida, liberando al individuo del
mito del progreso científico sin rostro humanista.
Este malestar
se ha extendido también al sistema educativo que pretende reforzar
el peso específico de las llamadas genéricamente humanidades.
En la opinión
pública y publicada se ha establecido la polémica, sintetizada
de forma simplista en la alternativa ¿ciencias o letras? No es difícil
desacreditar el cientifismo, degradación de la ciencia y sucedáneo
de la verdadera religión, cuando pretende constituirse en la última
instancia para dar respuesta a los últimos interrogantes que hoy
más que nunca se ha plantea el hombre ¿Qué somos? De dónde
venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué sentido tienen el dolor, la
enfermedad, la muerte? ¿Por qué el mal físico y moral? El
mito pseudo-científico de "Un mundo feliz" de Husley,
no es más que un tópico reaccionario demostrado imposible
por la terquedad imperturbable de los hechos. La gran trampa de la visión
excluyente científica-tecnológica del mundo y del hombre
es cerrarse a la trascendencia y hacer del hombre un puro animal unidimensional,
como ya criticó agudamente H. Marcuse.
Principios
de racionalidad y orden
Pero
la visión humanista no puede negar los avances de las ciencias
de la naturaleza, especialmente de la biología, que han ayudado
a desacralizar el universo y descubrir los principios de racionalidad
y orden que rigen el Universo. Ni la formación científica
ni humanista pueden prescindir de la dimensión trascendente.
W. Panneberg,
extraordinario teólogo y autoridad máxima en teoría
de la ciencia, ha escrito en su magnífica Antropología:
"Ningún factor constitutivo de la realidad humana se deja
expulsar de la conciencia, sin que surjan con el tiempo secuelas destructivas
para la integridad de la vida individual y social del hombre. Quizá
la extensión de las deformaciones neuróticas de la personalidad
tenga que ver con la represión de la religión y de su función
para que los individuos encuentren sentido a la existencia, más
que en cualquier otro factor aislado".
La polémica
puede continuar indefinidamente, pero ni la poesía ni la ciencia
tienen la última palabra, ambas sólo tienen sentido como
aspiración permanente hacia Dios, "verdad siempre antigua
y siempre nueva", como escribió Agustín de Hipona,
cansado en su búsqueda por todas las sectas y sistemas filosóficos
que en el mundo han sido.
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