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Madrid.
Pilar Bravo
La muestra
ilustra al espectador sobre la evolución que experimentó el
arte de El Greco, desde 1560 hasta 1600, en los tres escenarios fundamentales
de su vida: Creta, Italia, y España, que fueron empapando su obra
de matices postbizantinos, de elementos del Renacimiento, y finalmente de
una estética personal y mística, que le erigieron en uno de
los máximos exponentes del arte religioso español del siglo
XVI. Valorando esta multiplicidad de lenguajes que supo asumir, El Greco
es considerado hoy como un artista versátil y complejo, que fue capaz
de asumir un espíritu europeo en los distintos países del
continente donde vivió, y de asimilar distintos lenguajes y estéticas,
que transformó y adaptó a su propia forma de hacer.
La
muestra sorprende al espectador en el vestíbulo del museo Thyssen,
con dos monumentales obras del artista: "El martirio de San Mauricio
y la legión tebana" que fue pintada por el Greco recién
llegado a España y que sale por primera vez del Monasterio de El
Escorial, y "la Adoración de los pastores", una obra
de plena madurez. Ya en las salas temporales, la exposición se
adentra en su evolución estilística, si bien previamente
y a modo de introducción dedica un apartado a la pintura cretense
del siglo XVI, en el que se recogen algunos iconos bizantinos de la época
del pintor.
Muchos
de estos iconos son anónimos, y evidencian la influencia que recibió
El Greco de este tipo de pintura. Así se aprecia en las creaciones
que configuran su período cretense, como la "Adoración
de los Reyes" y en especial la tabla titulada "La dormición
de la Virgen", que solo ha sido expuesta durante 10 días,
y que es considerada como el antecedente de "El entierro del Conde
de Orgaz". En este período el pintor expresó con intensidad
su calidad cromática, y un trazo suelto que manifiesta una rápida
ejecución.
En
el taller de Tiziano
La
estancia del artista en Venecia a partir de 1567 y en Roma desde 1570,
marcó su trayectoria con nuevos planteamientos derivados básicamente
de participación en el taller de Tiziano. Su relación con
los maestros venecianos, canalizó un tipo de obra de tono manierista,
en la que la que la perspectiva espacial ganó terreno, al igual
que la representación de un mundo interior que nada tiene que ver
con la reproducción de los rasgos sensibles de la realidad. El
empleo de luces artificiales y coloreadas, el alargamiento de las proporciones
de las figuras, y un tipo de composición con dos puntos de vista,
son elementos que El Greco incorporó a sus creaciones, y que a
partir de este momento se nos muestran cargadas de esencias místicas.
Por otra parte se empapó de la monumentalidad de Miguel Angel.
De su etapa italiana la muestra recoge el famoso Tríptico de Módena
que expresa la influencia veneciana que recibió.
La
etapa española de El Greco se inició con su llegada a Toledo
en 1577, donde permaneció hasta 1614, fecha de su muerte. El artista
transcurrió en consecuencia 37 años de su vida en nuestro
país, al que llegó con el deseo de participar en la decoración
del Monasterio de El Escorial. Su estilo manierista no terminó
de encajar con los gustos más sobrios de Felipe II, si bien, en
Toledo recibió importantes encargos para la Catedral, y encontró
un clima favorable para desarrollar su arte, Un arte que fue transformándose,
en el sentido de ir ganando progresivamente un mayor brillo en el tratamiento
cromático, una rotunda expresividad formal, y una ágil y
fluida plasmación de la pincelada.
Además
de la evolución cronológica y estilística en la obra
de El Greco, la muestra del Museo Thyssen permite valorar los distintos
enfoques con los que abordó los temas que más se repiten
en su iconografía, como las escenas de la vida de la Virgen o de
Cristo, las imágenes de Santos, los retratos o los paisajes. Entre
estos últimos cabe destacar una impresionante "Vista de Toledo"
del Metropolitan Museum de Nueva York, donde la luz irreal de una tormenta,
empapa de misterio y enigma la visión de la ciudad.
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